domingo, 5 de octubre de 2008

Minotauro y laberinto: Quiero pero no puedo (4)


Es un personaje maravilloso, te encanta, te gusta como camina, como habla, como te trata, como cocina. Te parece valiente y sabia su forma de entender y vivir la vida. Te gusta ir al cine juntos, cocinar, compartirse textos mascullados en la soledad, ir a nadar, llamarle por teléfono para desearle buenas noches u observarle en la madrugada cuando se quedan juntos. Es un buen ser humano, estas esperando que pase un poco más de tiempo para confirmarlo porque te ha confesado que se recupera de su última relación y eso te produce inseguridad pero te dices que tienes el encanto suficiente para ayudarle a superarlo y te sientes fuerte y paciente para esperar.

Pero lo inevitable llega siempre de sorpresa. En la última cita, con esos ojos tristes que intentarías hacer sonreír hasta que se te fuera la vida te confiesa que no puede más:

- No quiero hacerte daño y mejor me voy. Esta ciudad me agrede, lo siento. ¿Puedo llamarte?
Y tú no sabes qué decir, el enojo te posee y quieres que vuelva al lugar de donde vino. Sientes que la estupidez es tu madre y que el ridículo no tiene límites. Detienes un momento tus pensamientos para oirle:
- Me gustaría estar mejor para ti.
Y ya no sabes qué sientes. Pesar por ti, quieres ponerte a llorar y consolarte. Quieres que el big bang sea verdad y se repita, quieres que se vaya ya! Pero también quieres que vuelva pronto, que se mejore rápido y si no van a ser dos los enfermos del corazón. Haces de tripas corazón y:

- Claro que prefiero que me llames, siempre es bueno saber de ti.

No sabes para qué dijiste eso, no sabes si lo vas a aguantar, no sabes si la queja de tus amigas que se sienten como Penélope esperando a Ulises se ha vuelto tu sino ridículo. Vuelves a suspirar y te sinceras contigo: Prefieres saber cómo está, saber que se siente mejor, incluso que ha encontrado un lugar en el mundo lejos de ti, a no saber nada y el espejo vuelve a insultarte. Pero ya no te importa, te has reconciliado contigo, intuyes que no va a volver, pero después de tantos adioses, de tantos “espérame” has comprendido que estás contigo, te tienes paciencia, tienes planes, cosas que hacer con o sin compañía, sabes que están los amigos, el trabajo, el jardín, los hobbys, la música y entonces… Dina Washington canta: Never let me go, please, never let me go…

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